miércoles, 1 de julio de 2009

No me llames

Había faltado a clase otra vez. Él me dijo que lo hiciera, que vendría a mi casa. Me dijo lo que me tendría que poner, y, bueno, sí, lo que tendría que llevar en mi cuerpo. Me dijo que saliera a la calle, y que le esperara allí sentada. Que pasaría todo el día conmigo. Dolía un poco, pero tampoco era ninguna tortura, era ligeramente placentero. Estaba muy ilusionada. Me había puesto muy guapa. Guapísima. Debía esperar allí desde una hora antes de la hora acordada. Sentada. Pensaba en las clases que me estaba perdiendo. Eran un coñazo. Bioquímica. La bioquímica nunca me ha entusiasmado demasiado. Ya llevaba allí sentada casi dos horas. Pensé en la habitación. Sábanas rojas, las persianas hindúes totalmente echadas, la cama de dos plazas. A mí me gustaba mucho compartir una cama con él, porque, de una manera u otra, allí podía descansar. Ya habían pasado dos horas y media. No debía llamarle, lo sabía, pero me dolía bastante, y quería saber si le habría pasado algo. Llamé hasta 6 veces antes de que me contestara.
- Hola nena
- Hola, amor, dónde estás? ha pasado algo?
- No, es que no me daba tiempo a ir. Se me ha pasado.
- ...
- estás como te dije?
- Sí
- En medio de la calle?
- Sí
- Joder, debes sentirte un poco patética, no?
Los temblores, el dolor en el pecho, el miedo, la sensación de humillación... todo lo que me llegaría a ser tan familiar, me asaltó derrepente. Pero parecía que él estaba de buen humor, así que me atreví a reclamarle:
- ... quiero que vengas. He faltado a clase, habíamos quedado, estoy esperándote desde hace más de dos horas y...
- Cállate de una puta vez. No sabes más que hacerme problemas. Haz el favor de esperar ahí quieta. No se te ocurra moverte hasta que yo vaya.

Y le esperé. Incluso estaba contenta, ¡iba a venir! Al final vendría, y pasaríamos el día juntos. No me importó esperar casi una hora más, y por supuesto que no se me ocurrió irme a ninguna parte. Al final vino, le recibí con una sonrisa, e intenté besarle para saludarle, pero me di cuenta de que no podría. Me estaba mirando otra vez de esa forma...

- Sabes que me has jodido unos planes cojonudos?
- No... lo siento, lo siento mucho, de verdad, pero habíamos quedado. No te preocupes por nada, merecerá la pena, de verdad. Haré que merezca la pena. ¿Qué era lo que tenías que hacer?
- Deshacerme de ti de una vez, eso es lo que debería hacer. Dame el mando.

Saqué lo más discretamente que pude el pequeño mando a distancia del aparato que llevaba introducido y se lo entregué. Me dio bastante miedo, pero pensé que a él siempre le había gustado jugar en la calle. De todas formas, tampoco podía negarme. Mientras lo ponía al máximo de potencia y empezaba a dolerme muchísimo, me dijo:

-Ahora me voy, si consigues alcanzarme antes de que llegue a la boca del metro, a lo mejor me quedo contigo. Me gustaría mucho verte correr así. Sígueme si puedes.

Me dio un beso en la mejilla, guardó el mando en uno de sus bolsillos, y se marchó muy deprisa. Nisiquiera intenté seguirle. Dolía demasiado. Casi no podía andar. Aparte de ese, llevaba un pequeño dildo en el ano. No sabía que hacer, no podía pedirle ayuda a nadie, tampoco podía ir a ningun sitio a quitármelos, puesto que cualquier cafetería o similar, estaba más lejos que mi casa, que estaba a 5 minutos andando de la boca de metro. Todavía no sé cómo pasó, con lo mucho que me dolía, pero me corrí en medio de la calle, antes de llegar a casa. Tenía la mente en blanco. Llevaba más de 10 minutos andando, y sólo había recorrido tres cuartas partes del camino. Después de eso, el dolor fue aún peor. Llegué a casa y saludé al portero como pude. Ya casi no podía ni pensar en cómo me sentía. Todo era dolor, dolor y vergüenza. Muchísimo dolor. Él una vez me dislocó el hombro, y os puedo asegurar que me dolió menos. Entré a casa como pude. Me quité los dos consoladores en el servicio. Fue un alivio enorme, pero me seguía doliendo, entonces me di cuenta de que llevaba mucho rato llorando. Me desnudé y tomé una ducha caliente. Casi no me podía tener en pie del dolor. Caminé gimiendo hasta mi cama, mi cama de dos plazas con sábanas rojas, me tumbé, me acaricié mi propio pelo, y me quedé dormida. Recuerdo que soñé con que un amigo venía y me abrazaba, y entonces se daba cuenta de que yo era patética, y me dejaba sola de nuevo. Pero no importó. Aunque fuera un sueño, y aunque sólo durara un instante, ese abrazo ficticio me dio fuerzas, y me ayudó a seguir con vida. Deseaba tanto que alguien me abrazara... recuerdo que me desperté llorando, y con la almohada empapada.